No se dejen engañar, el programa de esta noche es una trampa. No están sentados en el claustro de un convento mallorquín. En realidad, cuando empiecen a escuchar la música, con los ojos un poco cerrados, verán que han sido invitados a un palacio veneciano. Están sentados en medio de nobles venecianos, mercaderes, visitantes y amigos de la casa. El señor, hoy, quiere mostrar la magnificencia de su palacio y les ha invitado. También ha invitado a dos de los músicos más ilustres de la región: Giovanni Legrenzi y Antonio Vivaldi.

Ambos se han rodeado siempre de los mejores intérpretes. Saben que su música sobresale en manos diestras y entrenadas y, esta noche, han decidido que mostrarán un variado ramillete de sus composiciones. El señor Legrenzi (1626-1690) estudió en Bérgamo y Venecia, pero ha trabajado en Ferrara y París, a pesar de ser maestro de capilla de San Marcos de Venecia. Hoy, quiere encabezar el concierto con un aria deliciosa. Y así, esta adaptación del aria Occhi miei si dormire de la ópera La divisone del Mondo (1675) les mostrará cómo se ha dejado atrás el contrapunto imitativo del Renacimiento y como, poco a poco, la sutileza creada por movimientos armónicos generadores de tensiones y resoluciones abren, sin encontrar resistencia, la caja de sus emociones.

El otro invitado, el maestro Antonio Vivaldi (1648-1741), es un hechicero de la melodía dotado de una energía imparable; y así comienza, como un torrente sonoro desbordante, la Sinfonía en sí m RV 168. Deben prestar atención, aquí, en una pieza “pensada” para todo el conjunto, sin que ningún solista destaque. Muy al contrario de las piezas que siguen.

Porque seguro que reconocerán las fascinantes melodías de los conciertos llamados Las cuatro estaciones. Basados ​​en cuatro sonetos que, parece ser, fueron escritos por el propio compositor, describen las escenas que cada concierto ilustrará con música. Lo que quizás no sea tan conocido es que son los cuatro primeros de un grupo de doce conciertos conocidos como ll cimento dell’armonia e dell’inventione, publicados en 1725. Su título es indicativo de lo que quiere mostrar Vivaldi en esta recopilación: las bases de una armonía bella y bien trabada a la vez que un lenguaje abierto a la imaginación y la fantasía.

A lo largo de Las cuatro estaciones podrán oír pájaros, arroyos, tormentas, danzas, la gracia del otoño y el frío tembloroso del invierno. La música elabora sus descripciones mediante el juego entre los miembros del grupo, ya sea tocando todos a la vez (tutti) o bien con sonoridad de menos instrumentos (concertante) o bien tocando a solo, que a veces es realizado por dos instrumentos casi en diálogo, como en el primer movimiento de La primavera. Uno de los elementos que Vivaldi trabaja en estos conciertos es la forma ritornello, una estructura que presenta una sección que se repite (vuelta) y que permite insertar, justo en medio, estas secciones de solo o solistas en diálogo. Siempre está presente la alternancia de movimientos rápidos/lentos.

Todas estas formas de relación sonora pueden verse también en el espléndido concierto para violín en re menor RV 813. Estructurado en seis movimientos que alternan diferentes tempi, son de producción más temprana (c.1705-1710) y se acercan al concepto de suite instrumental, aunque Vivaldi lo titula como concierto. Quizás porque, verdaderamente, piensa más bien en la parte de solo instrumental presente, que, efectivamente, es más común en la forma del concerto.

Esta noche, el maestro Vivaldi comparte también tres perlas de su producción que muestran su dominio de la magia sonora. Escucharán, insertadas justo en medio de Las cuatro estaciones: la Ciaconna del concierto RV583, la Tempesta di mare, de la ópera La fida ninfa y otra Ciaconna, la del Concierto para violín RV 370.

Sin embargo, sabe que, al salir de este patio veneciano, sus melodías todavía bailarán un buen rato en sus cabezas y en sus vidas. Tardarán al menos unas horas en deshacer el hechizo…